Preboda en Vancouver
“In our beds, we’re the lucky ones. Fill us with the sun”
¡Estamos de vuelta para volver a abrir el cofre de la nostalgia y mostraros otra de nuestras grandes aventuras en Canadá! Esta vez nos vamos de excursión con Erin y Steve hasta Lighthouse Park, uno de los enclaves más emblemáticos y con más historia de la ciudad de Vancouver. Sabemos lo que estáis pensando y no, está escapada no fue truculenta como la última película de Robert Eggers (la cual recomendamos encarecidamente), al contrario, nos lo pasamos en grande y redescubrimos uno de los secretos mejor guardados del pacífico canadiense. Invitamos a bordo a todo aquel grumete que quiera descubrir a través de nuestros ojos uno de nuestros rincones favoritos y empaparse del romanticismo que desprenden el mito de los faros de la costa del pacífico.
No fue nuestra primera vez explorando el privilegiado entorno que veréis a continuación, aunque si la primera haciendo una sesión de preboda en Lighthouse Park. Es una de las excursiones turísticas más populares de West Vancouver y llegar allí es relativamente sencillo, siempre y cuando uno no se complique la vida como nosotros y se cargue la bici a la espaldas, se monte en un Ferry con ella y decida pedalear durante casi 18km por una de las carreteras más empinadas y sinuosas que hemos visto nunca. Llegamos con los pulmones en la garganta, ¡momentazo de lucidez el nuestro!
Para la sesión de preboda de Erin y Steve volvimos a nuestros cabales y nos desplazamos en coche hasta donde comienza el sendero que desemboca en el majestuoso y vetusto faro, Point Atkinson, que otrora sirvió como guardián del pacífico y evitó que incontables barcos fueran tragados por la ferocidad de la aguas que mecen sus acantilados. Una vez allí, esta vez con nuestros pulmones a máxima capacidad, Erin y Steve nos recibieron con la mayor de las sonrisas y que no perdieron en todo el día. Tuvimos la oportunidad de conocernos en profundidad, de reír, de relajarnos, de desnudar nuestras mentes del mundanal ruido y hasta de aprender un poco de historia gracias a los refugios que allí se construyeron y sirvieron de parapeto y punto defensivo durante la Segunda Guerra Mundial. También pudimos deleitarnos con el avistamiento de un águila calva americana, una de las aves más escurridizas del continente americano, y pudimos disfrutar de uno de los atardeceres más apacibles que hemos vivido nunca con vistas a la inmensidad del océano Pacífico. Erin y Steve, ¡mil gracias por regalarnos un recuerdo que permanecerá imperecedero en nuestra memoria!
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