Elopement en Banff
“We know a place where no planes go. We know a place where no ships go. No cars go (Hey!) No cars go. Where we know”
¿Estáis preparados para estremeceros con la boda canadiense más grandiosa que tuvimos durante nuestra aventura en el Great White North? Os presentamos a Bre y James, una pareja de estadounidenses que decidieron sellar su amor en una boda en el parque nacional de Banff, al pie de las majestuosas Montañas Rocosas.
Nos desplazamos desde Vancouver, en un road trip onírico, hasta las entrañas de la provincia de Alberta para descubrir la joya del interior de Canadá, Banff, un impresionante pueblo de montaña que ha sido el anfitrión de las bodas más impresionantes de los últimos años. Este entorno es la fantasía de cualquier fotógrafo de bodas, nuestros compañeros saben de lo que estamos hablando, y nosotros tuvimos el privilegio de formar parte de este grandioso día.
Bre y James, como seres de luz que son, quisieron proclamar su amor alejados de la pomposidad a la que nos tienen acostumbrados la mayoría de bodas. Su credo es que el amor no se ostenta, así que despojaron su alma y huyeron de la abundancia para buscar refugio en aquellas montañas que otrora fueron hogar y amparo de sus antepasados. Los preparativos tuvieron lugar en el Delta Royal Canadian Lodge y más que a unos preparativos asistimos a una agradable reunión de amigos donde abundaron las risas y los momentos entrañables.
La ceremonia se llevo a cabo en las faldas de los picos más imponentes de todo Banff, Tunnel Mountain, una vetusta formación rocosa que sirvió de altar para unir las almas de los allí congregados y admirar la fuerza de la naturaleza atávica. Porque de eso trataba esta boda, no solamente de la unión de dos personas, sino de una comunión colectiva y espiritual, del respeto por lo arcaico y de sentirse insignificante ante el oceano de silencio ensordecedor impuesto por la montaña. Apenas pudimos hablar a causa del ulular del viento, pero no hizo falta pronunciar palabra alguna porque el amor de Bre y James se alzó hasta lo más alto como un alarido de infinita felicidad. La pureza de esta declaración de amor estremeció los cuerpos de todos los que estuvimos presentes. El resto de la celebración discurrió con el mismo espíritu con el que comenzó, con la humildad de un reducido grupo de amigos y familiares que se reunieron para venerar el amor sin grandilocuencia o artificios.
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